Llegó el 8 de marzo, y esta vez cobijadas bajo flores lilas de las jacarandas de la Alameda Central “Juan Sarabia”, niñas, jóvenes y adultas llenaron los jardines para después tomar las calles del Centro Histórico de la ciudad.
Una ola que parecía interminable rodeó la Alameda y se dirigió a la zona de transferencia, ese lugar donde un 11 de marzo de 2018 fue encontrada sin vida Odalys Hipólito, una quinceañera que siete años después de que fueron cortados sus sueños, sigue esperando justicia; el reclamo: ella no se quitó la vida, se la arrebataron.
El contingente marchó entonces hacia la Fiscalía General del Estado, se hizo un pase de lista de mujeres víctima de feminicidio, una lista que dolorosamente crece cada año. Frente a la institución que presume ser la que procura justicia en el estado, las víctimas evidenciaron múltiples casos que contradicen ese eslogan, niñas violentadas que han tenido que convivir con su agresor, jóvenes que después de denunciar fueron ignoradas y ahora ven su vida en riesgo porque sus agresores siguen libres, mujeres que por años han esperado justicia.
Emma y Victoria fueron asesinadas hace siete años y no han recibido justicia, a Paola Guerrero le arrebataron la vida hace seis años y sigue sin existir resolución del caso, las familias no han logrado encontrar paz. Katia fue atacada y mutilada el año pasado, su agresor sigue libre y la acosa.
Susana Cruz, madre de Lupita Viramontes, fue la encargada de hacer una advertencia: no vamos a permitir que sigan simulando cifras, y tampoco que se retire la Alerta de Violencia de Género en San Luis capital y Soledad, pues lo que la Fiscalía ha catalogado como “muertes violentas”, son en realidad feminicidios, acusaron. Y es que de acuerdo a la institución, este año se han registrado dos feminicidios, aunque las familias de las víctimas digan lo contrario.
Ahí se dieron las primeras intervenciones, huevos, piedras, aerosol, fueron los medios para descargar la ira de quienes se han cansado de alzar la voz y no ser escuchadas. Se rompieron cristales, pero no tanto como se ha quebrado el alma de las madres que han tenido que despedirse de sus hijas, y que han tenido que asumir una lucha en contra del sistema de justicia que debiera ser su aliado.
En la Plaza de Armas, el corazón del Centro Histórico, un edificio legislativo “blindado” con tablones no detuvo las intervenciones, por el contrario, el Palacio de Gobierno “amurallado” por rejas fue una provocación, “¡así como cuidas tu palacio, cuida a los ciudadanos!” quedó grabado en un costado del edificio de cantera. Y aparecieron las primeras llamas en uno de los tablones que protegía las ventanas, las rejas de fierro fueron vencidas.
En el Edificio Central de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí donde un hombre solitario quiso hacer frente a una marea multitudinaria, con una cartulina que decía “Honremos a las mujeres que cambiaron la historia con inteligencia, determinación, coraje” quiso evitar que el recinto fuera tocado. Con palabras le pidieron hacerse a un lado, recibió él la pintura que estaba dirigida a las paredes, la fuerza de dos mujeres fue suficiente para dirigirlo a empujones a un costado.
Vinieron nuevamente las pintas, los golpes resonaron en las láminas colocadas en los ventanales y las puertas de madera, los mensajes que buscaban suavizar los reclamos fueron arrancados, “¡fuimos todas!”, “¡sí son formas!”. La deuda de la Universidad para con las mujeres no pasa por alto, los gritos de “¡fuera acosadores de la Universidad!” parecían inyectar fuerza a las manos que lograron desprender tres de las láminas, y los carteles se convirtieron en fuego. Luego de unos minutos comenzó a salpicar agua desde dentro del edificio, al menos un hombre hacía esfuerzos por extinguir las llamas y evitar que ingresaran al edificio, pero no hacía más que avivar los gritos.
En la iglesia de la Compañía y la Capilla de Loreto, donde un grupo de hombres y mujeres hicieron una valla para proteger los edificios, también sobre ellos quedó el aerosol, fueron bañados con agua y callados con gritos de “¡también los sacerdotes son violadores!”.
Durante la marcha se hizo presente la unidad, una madre que al ver pasar la marea violeta dijo a su hija “ellas son tus hermanas”, abrazos que rompieron el sentimiento de soledad e impotencia en quienes no han encontrado la protección que debiera darles el Estado, paso a paso el contingente crecía y se fortalecía. Al final los edificios protegidos hasta los dientes estuvieron ahí para resistir, las mujeres en cambio gritaron ¡No más!
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